Los casos de feminicidios junto con los de agresión física y psicológica han incrementado en los últimos años. Al punto que nuestro país se ha convertido en el sétimo en Latinoamérica donde ocurren más delitos contra la mujer.
Recordemos que un caso de violencia presenta dos componentes: el agresor y la víctima. Para ambos la terapia psicológica es necesaria; en el caso de los perpetradores, el objetivo es reeducarlos. La psicóloga Liliana Tuñoque explica que las sesiones individuales trabajan con el problema de raíz: la agresividad.
“Yo creo que sí pueden cambiar siempre y cuando estén en una terapia psicológica. Básicamente es una terapia individual en la que se trabaja el autocontrol y el afán de violencia”, comenta.
La agresión no solo implica la violencia física, sino también los insultos y ataques psicológicos. Su raíz puede tener una carga social, vinculada a conductas aprendidas durante la infancia, además de problemas de personalidad. Si bien la terapia ayuda a controlar esas actitudes, queda latente para siempre.
“Sí se puede curar bajo un tratamiento psicológico, pero no al 100%, porque siempre va a quedar algo en ellos, que está dormido y que en algún momento va a surgir frente a una situación externa, que ‘avale’ o ‘justifique’ esa reacción, pero en el fondo nada justifica una agresión”, agrega Tuñoque.
Para los agresores, la violencia hacia otras personas puede ser algo “normal”. Identificar las señales de alerta en los niños es clave. La baja tolerancia a la frustración es una de las más resaltantes ante futuras actitudes violentas.
“Hay que ver de donde proviene esa agresividad. Lamentablemente en estos casos vienen desde la niñez, desde la infancia. Puede tratarse también de niños que han sido maltratados, que han sido agredidos”, sostiene.
De acuerdo al Observatorio de Criminalidad del Ministerio Público, el 78.3% de los crímenes contra la pareja ocurridos entre los años 2009 y 2015 fueron motivados, principalmente, por los celos.
La especialista comenta que sentimientos de miedo, angustia y culpa retenidos, así como baja autoestima, condicionan a las personas hacia la inseguridad, llevándolas hacia un camino de violencia.
“La sobreprotección y control excesivo de los padres sobre sus hijos, generan dependencia en ellos y cuando estos se vuelvan adultos buscarán a alguien que parece protector al principio, pero termina siendo solo un abusador más”, finaliza.